El cambio climático está desestabilizando nuestras vidas cotidianas, desde los estragos meteorológicos cada vez mas violentos hasta las temperaturas extremas. Estos fenómenos nos afectan a todos, aun a quienes consideremos que no estamos expuestos directamente a sus daños. Puesto que el sistema que nos provee alimento diario inicia con la agricultura—la cual se conduce mayoritariamente a la intemperie—el cambio climático amenaza con disrumpir el suministro fiable y asequible de alimentos, con lo cual contamos todos de manera hasta inconsciente.
El esfuerzo agrícola depende de condiciones si no constantes, por lo menos predecibles y manejables. Tan imprescindible es la estabilidad y confiabilidad del sistema alimentario, que contamos en los Estados Unidos con programas y políticas oficiales de apoyo para salvaguardar al sector agrícola cuando sufre daños por “causas mayores” relacionadas al clima. De tal manera, indemnificamos a los agricultores cuando pierden cosechas o rendimiento por consecuencia de torbellinos, heladas, granizadas, inundaciones o sequías.
Sin embargo, los agricultores no son los únicos quienes habilitan al sistema agroalimentario. Las jornaleras y los jornaleros agrícolas destacan por ser un componente imprescindible para la producción de frutas, verduras, la ordeña vacuna y para el procesamiento y empaque de carnes. A pesar de que la amenaza del cambio climático es la mas grave para ellas y ellos—siendo personas quienes trabajan al aire libre (o en instalaciones sin acondicionamiento)—no tan solo no existen protecciones similares para ellas y ellos, sino que las leyes oficiales sancionan este trato dispar e injusto.
Como bien me dijo hace tiempo mi paisana Natalia Méndez: “Para los granjeros hay subsidios, hay muchas ayudas, pero para nosotros los obreros lo que hay al final del día es robo, es enfermedad, es dolor. Lo triste es que somos invisibles.” Esto implica que de manera oficial consideramos que las vidas y el bienestar de una categoría de personas importan más que las de otras, y por lo tanto esto es reflejo de los valores de nuestra sociedad.
Sin los esfuerzos de los 2.4 millones de jornaleras y jornaleros en este país, no nos podríamos alimentar. Es así de sencillo.
En un nuevo informe, “Los jornaleros y las jornaleras agrícolas bajo amenaza,” documentamos de manera detallada el trato que les damos a estas personas, y las muchas maneras por las cuales sus condiciones de trabajo y de vida—de por sí ya precarias—empeorarán debido al cambio climático, y que por consecuencia decaerán agudamente sus ambientes laborales, su salud y su bienestar.
Entre otras cosas, destaca el hecho de que las mayores temperaturas anticipadas serán peligrosas y hasta mortales, y que estas mismas temperaturas elevadas amplificarán tanto la toxicidad de los pesticidas como la susceptibilidad de las trabajadoras y trabajadores a sus efectos nocivos.
Puesto que el trabajo que desempeñan estas trabajadoras y trabajadores es indispensable, en un país justo deberíamos brindarles garantías, protección y dignidad de manera acorde. Nuestro informe concluye con una serie de recomendaciones concretas para lograr lo tal.
A resumidas cuentas, será necesario que el Congreso de la nación actúe con la urgencia que merece el caso para cambiar ciertas leyes laborales claves, y que las dependencias gubernamentales que rigen a la agricultura, al medio ambiente y al trabajo actúen en interés de las trabajadoras y trabajadores, así como lo hacen a favor de los agricultores.
El cambio climático nos está obligando, entre muchas otras cosas, a encarar el tipo de sociedad consumista y explotadora en la que vivimos. A manera que reaccionemos a esta crisis de todas las maneras posibles, desde la adopción de nuevas fuentes de energéticos mas sustentables, hasta la adaptación a la nueva realidad climática, deberemos priorizar el bienestar de las personas tanto más vulnerables como mas valiosas para el funcionamiento ético de nuestro sistema alimentario—y de nuestra sociedad.