Los incendios forestales en el oeste de Estados Unidos y Canadá han ido empeorando. En ello influyen muchos factores, como el cambio climático, el desarrollo humano y la gestión de los bosques. Aunque hay un consenso respecto al peligro y los riesgos de la situación actual en materia de incendios forestales, a menudo se debate por qué y cómo gestionamos nuestros bosques. ¿Cuál es la relación entre los incendios y los bosques? ¿Y cómo determina esa relación el riesgo actual de incendio?
Los incendios forestales y la gestión de los bosques a través de la historia
Los seres humanos y el fuego han dado forma a los bosques del oeste de Estados Unidos y Canadá desde tiempos inmemoriales. Antes de la colonización europea, el genocidio y la expulsión forzosa de las comunidades indígenas de sus tierras, en estas regiones ardían habitualmente los incendios provocados por los indígenas y los rayos, lo que creaba un mosaico de áreas forestales, tierras sin vegetación, zonas arboladas y pastizales en todo el paisaje.
Este mosaico de vegetación cambió la forma en que el fuego se propagaba y recorría el terreno, desplazándose con mayor rapidez por los materiales fácilmente inflamables como los pastos, y más lentamente al entrar en contacto con los materiales combustibles más leñosos del suelo forestal.
Al eliminar periódicamente la maleza, estos incendios de intensidad baja y mixta ayudaban a reducir el riesgo de incendios de alta intensidad que podían acabar con masas enteras de árboles o amenazar a las comunidades indígenas. Aunque su uso variaba dependiendo de la región, la comunidad y el objetivo, el fuego era una de las muchas herramientas utilizadas para gestionar la tierra, favorecer a determinadas especies en detrimento de otras y mantener diversos tipos de ecosistemas. Las comunidades indígenas también utilizaban al fuego para proteger las zonas habitadas, enviar señales a través de largas distancias y atraer a los animales deseados como alimento.
Sin embargo, los colonizadores europeos y sus descendientes modificaron sustancialmente la relación entre los seres humanos y el fuego en el oeste de Norteamérica. Muchos colonos europeos tenían sus propias ideas sobre la gestión de la tierra y consideraban que el fuego era perjudicial para los bosques y malo para el suministro de madera. Tampoco confiaban en las prácticas de gestión indígenas, a pesar de que algunos colonos blancos decidieron adoptarlas. La protección de los recursos económicos como el suministro de madera pasó a ser de suma importancia, lo que aumentó la preocupación por los efectos del fuego.
La idea de que el fuego es un elemento exclusivamente destructivo fue reafirmada por incidentes como el incendio Big Blowup que quemó más de 3 millones de acres y causó la muerte de más de 75 personas en 1910. Aunque esta conflagración afectó tanto a las tierras de los colonos como a aquellas de las tribus, éstas últimas no resultaron tan perjudicadas gracias a los incendios que ocurrieron con regularidad durante milenios. Los colonos se apropiaron y compraron grandes extensiones de terreno, lo que les permitió prohibir las quemas intencionales y en algunos casos criminalizarlas, además de implementar políticas integrales de extinción de incendios con el objetivo de que todos los incendios se extinguieran antes de las 10 de la mañana del día siguiente a su detección.
Consecuencias de la exclusión del fuego
La extinción de todos los incendios y su exclusión de los bosques cambió profundamente el carácter, la estructura y la composición subyacentes de los bosques del oeste de Norteamérica.
En el sotobosque comenzaron a acumularse plantas, árboles, pastos y otros tipos de vegetación, tanto viva como muerta, debido a la falta de incendios periódicos. Esta situación aumenta el riesgo de incendios de gran intensidad que puedan llegar hasta el dosel forestal y acabar con masas enteras de árboles.
Los bosques también se han vuelto más densos y continuos, llegando a abarcar áreas no forestales como las praderas, las cuales antes se mantenían gracias al efecto del fuego. Esta continuidad permite que los incendios forestales se propaguen más rápidamente por el terreno, ya que los terrenos y los mosaicos de paisajes de antaño ya no logran moderar el comportamiento del fuego.
El enfoque en la producción maderera también provocó la eliminación de muchos árboles grandes y resistentes al fuego de estos paisajes, además de que redujo la diversidad de las especies y edades de los árboles en los bosques donde se lleva a cabo la tala. Los árboles más continuos y densamente dispuestos en esos bosques pueden propagar fácilmente el fuego y aumentar el riesgo de brotes de insectos como el escarabajo del pino de montaña, que afectó a casi 40 millones de acres de bosque en Columbia Británica (British Columbia en inglés) durante un brote que alcanzó su pico en el 2004.
El cambio climático como multiplicador de amenazas
Las consecuencias de la gestión forestal del pasado siguen teniendo repercusiones hoy en día y se amplifican a medida que el cambio climático calienta y reseca los bosques del oeste de Norteamérica. Aunque las consecuencias de la gestión de los bosques son evidentes a nivel de la masa forestal y del paisaje, los efectos del cambio climático se manifiestan en todas las regiones y métricas.
Mediante el uso de la ciencia de la atribución que mide la contribución del cambio climático antropogénico (causado por seres humanos) a los fenómenos específicos o la fuente de emisiones que provocan los impactos climáticos, sabemos que el cambio climático es responsable de más de dos tercios del aumento observado en el déficit de presión de vapor (VPD por sus siglas en inglés) durante el verano, una medida de la capacidad de desecación de la atmósfera.
Los valores de VPD elevados secan la vegetación y han causado que casi se haya duplicado la superficie quemada en los bosques del oeste de Estados Unidos desde 1984. El cambio climático también ha contribuido al aumento del poder desecante de la atmósfera durante la noche, lo que puede sobrecargar aún más los limitados recursos de extinción de incendios.
Además del cambio climático, el desarrollo humano en las áreas boscosas aumenta el riesgo de que los seres humanos (o nuestra infraestructura) provoquen incendios. En conjunto, estos elementos han creado unas condiciones peligrosas e inflamables que amenazan la salud, los medios de subsistencia y la seguridad de las comunidades del oeste de Norteamérica.
El camino hacia adelante
Aunque el legado de la gestión forestal del pasado es evidente en los bosques del oeste de Norteamérica, la gestión forestal proactiva también puede ser una herramienta para hacer frente al problema de los incendios forestales. Los programas de tratamiento forestal, tales como el raleo combinado con las quemas prescritas, pueden reducir el riesgo de incendios en las copas.
Otra estrategia para lograr objetivos similares es permitir que los incendios forestales ardan cuando se puedan gestionar de forma segura. En el 2021, muchos integrantes de la comunidad de incendios forestales consideraron que las quemas prescritas y los programas de tratamiento forestales contribuyeron a modificar el comportamiento del incendio de Caldor y ayudaron a los bomberos a proteger a las comunidades cercanas.
Una gestión forestal basada en la ciencia y guiada por las prácticas indígenas puede contribuir a crear y mantener paisajes resistentes al fuego, mientras que el uso de materiales de construcción resistentes al fuego y la creación de espacios defendibles alrededor de las viviendas pueden reducir los riesgos para las comunidades ubicadas en la interfaz urbano-forestal. Los incendios siempre ocurrirán en estos bosques, pero no tienen porque ser algo catastrófico.
Traducción de la original en inglés editada por Michelle Rama-Poccia