Traducción elaborada por Astrid Caldas y Juan Declet-Barreto del blog original publicado en inglés el 6 de junio.
Cada año en los meses entre mayo y junio, siento temor en mi pecho. El 1 de junio de cada año marca el final de la temporada de lluvias en el oeste del país, y es probable que comience la temporada de huracanes y con ella el sombrío desfile anual de olas de calor. Si bien el verano sigue siendo verano y acá en el equipo climático de UCS deseamos comer helados y ver puestas de sol tanto como cualquier otro, hay algo que debemos decirle al país: el cambio climático ha transformado al verano en la Temporada de Peligro en nuestro país, y es esencial reconocerlo como tal para que podamos prepararnos adecuadamente.
¿El verano? ¡¿Peligroso?! ¡¿En serio?! Sí. En serio.
Aparte de estar expuesta al humo de incendios forestales que soportamos todos los californianos, no me han afectado directamente los desastres climáticos. Pero parte de mi trabajo, especialmente durante el verano, es recordar los desastres pasados y comunicar al público sobre los que se desarrollan en el transcurso de la temporada.
Tengo en mente una larga lista de desastres, los cuales me recuerdan constantemente por qué lucho para que haya acción climática.
Recuerdo que el huracán Sandy azotó la región de la ciudad de Nueva York en 2012 y sé que los programas de compra de viviendas en zonas inundables muy probablemente no hayan reducido la vulnerabilidad de los beneficiarios ante los peligros existentes. Me recuerda que septiembre del 2022 marcará el quinto aniversario del huracán María en Puerto Rico y las Islas Vírgenes y sé que la respuesta extremadamente insuficiente de nuestra nación ante el huracán significa que estos territorios islas todavía sufren de apagones y que la salud de los puertorriqueños se ha visto afectada. Recuerdo que los fondos federales de ayuda se destinaron de manera desproporcionada a las víctimas blancas de las inundaciones masivas del huracán Harvey en Houston en 2017, mientras que las comunidades negras e hispanas quedaron excluidas en gran medida.
¿Y qué tal el calor extremo? Phoenix vivió 53 días de temperaturas de por lo menos 110°F en 2020 y registró más de 300 muertes relacionadas con el calor ese año; la ola de calor del noroeste del Pacífico de 2021 habría sido prácticamente imposible sin la “ayuda” del cambio climático. Y por supuesto, los incendios forestales crecen cada vez más y afectan todo, desde las majestuosas secuoyas hasta los bebés. Muchos de estos eventos están empeorando a medida que nuestro clima se calienta.
A veces, estos recuerdos son deprimentes y la letanía de desastres que suben por mi garganta al hablar con colegas, periodistas y legisladores se convierte en un dolor que me hace callar. Este verano, como muchos de mis compañeros científicos climáticos, intentaré contar los hechos que recuerdo y sobre los que he sido lo suficientemente disciplinada como para escribir para todos los reporteros que trabajan incansablemente para contar la historia de cómo llegamos aquí y hacia donde debemos movernos.
Pero este verano también tenemos un mensaje claro y esencial para esos reporteros, así como para nuestros legisladores, y en realidad para todos en EE. UU.:
Debido al cambio climático, los meses de mayo a octubre equivalen a la Temporada de Peligro en EE. UU. y en todo el mundo. Necesitamos entenderlo como tal y esforzarnos lo máximo posible para reducir los riesgos relacionados con el clima que ya existen, así como los riesgos que empeorarán en el futuro.
El verano es la Temporada de Peligro. ¿Qué significa esto?
Los hechos muestran que la Temporada de Peligro es la temporada en la que experimentamos la mayoría de las olas de calor, huracanes, tormentas tropicales (y las inundaciones que traen) e incendios forestales en EE. UU., y también es la temporada en la que las sequías empeoran debido al calor. Cada uno de estos eventos extremos relacionados con el clima trae consigo peligros: la exposición al calor extremo puede provocar estrés por calor o golpe de calor, los cuales pueden ser fatales; las marejadas ciclónicas y las inundaciones asociadas con los huracanes también pueden ser fatales, y la exposición a largo plazo al moho en las casas dañadas por las inundaciones puede causar problemas respiratorios. Incluso la exposición a corto plazo a contaminantes del aire por el humo de los incendios forestales aumenta el riesgo de mortandad.
Durante la Temporada de Peligro, estas amenazas también se combinan y desatan múltiples peligros. Por ejemplo, la megasequía en curso en el suroeste de EE. UU. agrava los riesgos de incendios forestales al secar la vegetación que luego sirve como combustible para los incendios, y también al hacer que los incendios sean más difíciles de contener. Esa misma situación se desarrolló recientemente en Nuevo México, donde el incendio de Hermits Peak y Calf Canyon— el más grande registrado en el estado—ardió.
Y los riesgos que causan dichos eventos extremos pueden desencadenarse simultáneamente a medida que afectan la infraestructura esencial. Durante la ola de calor masiva que siguió al huracán Ida en Luisiana en 2021, por ejemplo, los residentes del estado se quedaron sin agua ni electricidad durante semanas. Y esto ocurrió durante la pandemia. En Luisiana, la falta electricidad par operar aire acondicionado provocó más muertes por calor después de la tormenta que durante la tormenta, incluso cuando la misma avanzó hacia el norte, causando estragos y cobrando decenas de vidas desde Mississippi hasta Nueva York.
¿Cómo el cambio climático crea la Temporada de Peligro?
Los huracanes, incendios forestales, sequías y olas de calor han ocurrido a lo largo de la historia, pero el calentamiento global está cambiando la probabilidad y la gravedad de los eventos extremos de tal manera que los riesgos para las personas incrementan. Si bien es importante tener en cuenta que no todos los eventos extremos son atribuibles al cambio climático, y que algunos aspectos de estos eventos están cambiando mientras que otros no, hay algunos patrones claros que han surgido de investigaciones recientes. Aquí hay algunos:
• La proporción de ciclones tropicales en el Atlántico que experimentan una rápida intensificación se ha casi triplicado, y la cantidad de huracanes a través del mundo que alcanzan las categorías más altas ha aumentado en las últimas cuatro décadas.
• Desde mediados de la década de 1980, el cambio climático antropogénico es responsable de que se haya duplicado la extensión de tierra quemada por incendios forestales en el oeste de EE. UU. Por la misma razón la probabilidad de incendios forestales en otoño en la región va en aumento.
• El cambio climático antropogénico está aumentando las temperaturas extremadamente altas en todo el mundo, incluso en gran parte de América del Norte.
Si desea saber más acerca de los eventos extremos y como se relacionan con el cambio climático, puede leer más en nuestra página explicativa.
¿Qué podemos hacer para reducir los riesgos climáticos?
Es importante entender que los meses cálidos en EE. UU. constituyen una Temporada de Peligro para que podamos limitar la gravedad y los impactos de futuras Temporadas de Peligro. En primer lugar, debemos reducir las emisiones junto con otras naciones porque cuanto mayores sean nuestras emisiones en el futuro, mayores serán los impactos. También podemos actuar en varios frentes para adaptarnos y desarrollar nuestra resiliencia ante la Temporada de Peligro. Podemos y debemos:
• Aprender de lo que hemos vivido hasta ahora. Hay una gran cantidad de información de la cual podemos aprender. Por ejemplo, sabemos que la recuperación ante desastres relacionados con el clima es muy desigual y que las políticas públicas han incrementado estas desigualdades. Sabemos que ciertos grupos de personas corren más riesgo durante eventos extremos climáticos, por ejemplo, los adultos mayores y las personas que viven en islas de calor urbanas durante las olas de calor. Hemos visto en varias ocasiones que nuestros sistemas energéticos son muy frágiles. Para abordar los riesgos de la Temporada de Peligro debemos internalizar lo que sabemos a través de innumerables estudios científicos y convertir ese conocimiento en acciones decididas y equitativas para prepararnos para los extremos climáticos y recuperarnos de ellos después de que hayan ocurrido.
Los barrios urbanos con poca cobertura de árboles pueden ser mucho más calurosos que las áreas aledañas con más vegetación. Las personas de color y las personas con bajos ingresos viven de manera desproporcionada dentro de estas islas de calor urbano y, por lo tanto, están expuestas de manera desproporcionada al calor extremo. Crédito: Foto AP/Bebeto Matthews.
• Aprender de los modelos que están funcionando bien. A pesar del impacto cada vez mayor de los eventos extremos, hay muchos ejemplos claros de sistemas y lugares que priorizan con éxito la reducción de riesgos. Mejoras en los sistemas de detección de tormentas permiten una mayor preparación a nivel comunitario; comunidades como Filadelfia están trabajando con los departamentos de salud locales para asegurarse de que los datos sobre la salud relacionados con el calor se incorporen a los sistemas locales de alerta de calor. El condado de Maricopa, Arizona, está rastreando y reportando muertes relacionadas con el calor, y ofrece acceso a datos que los investigadores usualmente tienen que buscar por su cuenta. Y en California, desde la aprobación de las normas de protección contra el calor para los trabajadores al aire libre en 2006, los impactos a la salud relacionados con el calor entre esos trabajadores han disminuido en un 30 por ciento.
• Desarrollar una estrategia de resiliencia nacional que aborde los riesgos de la Temporada de Peligro. Si bien existen programas en muchas agencias federales que tienen como objetivo desarrollar la resiliencia climática, al presente no existe una estrategia nacional para desarrollar esa resiliencia de manera equitativa y preventiva. Una estrategia nacional de resiliencia que ayude a los hogares, las comunidades y los estados a prepararse con anticipación para los desastres, en lugar de responder principalmente a ellos de manera reactiva, sería de gran ayuda. También es necesario reconocer que las personas y las comunidades a menudo requieren apoyo durante años mientras se recuperan de un desastre como un huracán o un incendio forestal. Necesitamos que los responsables de formular la política pública desarrollaren un plan integral de resiliencia climática en todo l país. A medida que los candidatos a puestos públicos lanzan sus campañas electorales antes de las elecciones de noviembre, todos debemos prestar atención a lo que dicen los candidatos sobre la resiliencia climática y usar nuestras voces y votos para exigir atención a estos temas.
• Reconocer que estamos lejos de ser los únicos que sufren, y que hay que ayudar a otros. La Temporada de Peligro está lejos de ser un fenómeno estadounidense. Las personas en las naciones más pobres de todo el mundo sufren de manera desproporcionada los impactos de los extremos climáticos que se hicieron más probables, en gran parte, debido a las emisiones de las naciones más ricas, que atrapan el calor. No podemos quedarnos de brazos cruzados y dejar que esto suceda. El verano está cambiando. Despertar y reconocer la Temporada de Peligro por lo que es ahora, y lo que podría ser en el futuro, es un primer paso fundamental para desarrollar nuestra resiliencia.