Grato sería disfrutar un bocado sin molestarnos con consideraciones mayores al sabor y el agrado de nuestros platillos favoritos. Sin embargo, el sistema alimentario funciona de manera tal que la gran mayoría de nosotros lo repudiaríamos si comprendiéramos lo que hace con nuestro aval, el cual concedemos cada vez que pedimos algo de la carta de un restaurante, o nos paseamos llenando nuestro carrito en el supermercado. Por ejemplo, al alimentarnos sancionamos el desgaste de recursos naturales, la contaminación ambiental y la explotación laboral, muchas veces de niños. Tales cosas no ocurren en casos raros, o sin el conocimiento de los gerentes de los grandes corporativos agroalimentarios. Al contrario, a estas grandes industrias les conviene que no conozcamos, o que no nos preguntemos, lo que implica el acto de comer. Es tan contundente el poder del sistema agroalimentario, capaz de entregarnos cualquier cantidad de cualquier artículo comestible cuando se nos antoje—no obstante la temporada, el orígen del comestible, ni la preparación o conservación necesaria para que el artículo pueda consumirse casi al instante de que se nos apetezca—que es comprensible que pensemos que esta maravilla resulte de las mas avanzadas tecnologías y eficiencias industriales. Sin embargo, las eficiencias agroalimentarias engañan.
Consideremos que a cambio de la avalancha de comestibles procesados modernos, han explotado la obesidad y la diabetes. Entonces, la “eficiencia” evidente es la de causar grandes males, reducir la calidad de vida y nuestra longevidad, a cambio de grandes ganancias para los fabricantes de alimentos procesados. Que a cambio de la productividad aparente de las grandes extensiones industriales de maíz, trigo, arroz y papa se han desgastado los suelos, envenenado las fuentes de agua potable y extinguido los mantos acuíferos. Entonces, la “eficiencia” resultante es la de minar los bienes naturales acumulados durante milenios para bien económico de un número concentrado de industriales en el presente, sin consideración mayor para el futuro. Y por último, consideremos que este sistema, por mas “moderno” que se presente con sus altas tecnologías en maquinaria, agroquímicos y semillas mejoradas, sería imposible sustentar sin la explotación de los jornaleros agrícolas. Entonces la “eficiencia” que contemplamos es la pobreza, desplazamiento y migración de millones de personas, para bien de quienes nos rehusamos a pagar el precio justo de nuestro alimento.
Para que todo esto sea posible—las prácticas nocivas y sus mitologías correspondientes—los sistemas políticos refuerzan, en pleno siglo XXI, los modelos de negocio y las tendencias humanas de eras pasadas, cuando la explotación del planeta y del prójimo se justificaban porque nuestra mella sobre el planeta era mínima. Ahora en día, cuando la actividad acumulada del ser humano dirime la capacidad del planeta para sustentarnos, y gravemente limita la viabilidad de nuestra descendencia, urge un giro iluminado tanto de nuestras prácticas como de nuestras leyes. Por eso es político el sistema alimentario. De manera acérrima, la contienda política está entre una visión fundamentada sobre comprendimiento moderno, informado por la ciencia y por una moralidad que coloca los derechos humanos por sobre los derechos corporativos, contra todo lo contrario, legado de un pasado extractivo, desgastante y sin futuro.
Todo esto está de por medio en nuestro sistema agroalimentario, desde los campos de producción hasta los restaurantes y supermercados, casi siempre pasando inadvertidos los reglamentos y las leyes que arbitran lo que se permite hacer a nuestro nombre. A partir de este entendimiento, debemos exigir un sistema alimentario digno del bien público, evidente en nuestra salud, nuestro bienestar, nuestro medio ambiente, y en las leyes que promuevan un futuro vigente y justo.
Todo esto lo discutimos recientemente con mi colega Abbie Figueroa en una reciente entrevista, donde contemplamos a grandes rasgos las propiedades del sistema agroalimentario, y nos imaginamos un paseo por un supermercado. Escúchenos aquí, y de paso aprenda de manera amena el trasfondo de nuestro sistema agroalimentario mediante esta gira virtual de un supermercado, en donde irá ilustrándose con cada artículo que añada a su carrito de compras.
Disfrute de su alimento, pero a la vez únase a nuestros esfuerzos por mejorar los reglamentos y las leyes que definen al sistema alimentario que formamos todos.